viernes, 19 de enero de 2024

11. MIL Y UNA FORMAS DE INCLUIR O DISCRIMINAR

Partiendo de la misma línea que la reflexión anterior, siempre he creído que no vivimos en un mundo cruel, sino ignorante, donde predomina el complejo de superioridad que, con el tiempo, entre tantas máquinas robóticas y anhelos de poder, se ha ido deshumanizando. Lo que significa que señalamos lo que no conocemos, actuamos por instinto e ignorancia, vivimos de apariencias y luchamos por tener el control, haciendo creer que lo sabemos todo y así poder sentirnos superiores a los demás. De ahí que nos quedamos en lo superficial, nos fijamos en las formas y discriminamos las diferencias de cualquier tipo, cultural, físicas, religiosa, de género, entre muchas más; y es por eso que cada día surgen muchas causas por las que luchar, las cuales en su mayoría hablan de derechos humanos, inclusión, respeto y dignidad.

Las personas con ADEE, hemos batallado con un estigma social que viene de siglos atrás. Pero la discriminación en sí, no solo se da cuando te ríes, señalas o excluyes a alguien de manera directa; hay mil y una formas más de discriminar, aún sin quererlo.

El dar tratos demasiado especiales, el no tener el mismo nivel de exigencia, el no hacer la corrección oportuna y fraterna del mismo modo que a los demás; el sobrevalorar y aplaudir más de la cuenta las cosas buenas, es una manera indirecta de discriminar a la persona que amas, porque te quedas en sus diferencias y le ofreces un trato especial que no quiere y no necesita, pues lo único que anhela es sentirte uno más entre todos y que se le olvide que tiene una condición, que ante muchos ojos lo condiciona y no le permite saberse humano, caer, levantarse, fallar, aprender del error e intentarlo de nuevo.

También, cuando se dan tratos especiales, cuando lo sobreproteges o vives prevenido, creyendo que al salir o estar en otro lugar, siendo uno más, piensas que todo el mundo lo mira o señala; el victimizarlo o por el contrario adularlo; el querer evitarle contactos y experiencias, para que no enfrente miradas o comentarios; el persuadirlo que no haga ciertas cosas porque considera que no va a poder y no dejas que lo intente; todo eso, hace que se contagie el miedo y los prejuicios que tú mismo tienes, y quizás más que los demás, tu eres quien sin darte cuenta lo estás discriminando.

Pero, así como se puede discriminar de muchas maneras, también se puede incluir de mil formas, viéndolo como la persona que es, sin fijarte en su discapacidad, normalizando sus diferencias como las de los demás; dándole participación, integrándolo, haciéndolo sentir uno más del equipo, del salón, del grupo, de la familia; tratándolo sin prevenciones ni consideraciones, siendo capaz de corregirlo y orientarlo cuando falle, para que los mejore. De este modo, se propicia un ambiente accesible y cómodo, donde pueda sentirse amado, valioso, libre de ser y hacer, espontáneo de expresar lo que siente, sin sentirse asfixiado; eso es inclusión de verdad.

Todos somos diferentes, cada uno tiene su historia personal, así posea o no una condición de discapacidad o alguna diferencia muy notoria a los demás; por eso antes de actuar o juzgar, hay que acercarse con respeto y conocer, haciendo realidad eso que dice: “Trata como quieres ser tratado”.

Todos añoramos encontrar espacios y ambientes accesibles, sin barreras de ninguna clase, lo cual nos permita desarrollarnos normalmente en la cotidianidad. Por ejemplo, muebles, sillas, escalones, baños accesibles no sólo para las personas con silla de ruedas; porque son demasiado altos e incómodos para las personas de talla baja; hay que pensar en todas las necesidades y no solo en unas pocas.

Cada encuentro cara a cara con la persona es vital para sentirse incluido o no; basta ofrecer y recibir respeto, acogida, equidad; contrario a sentirse raro, incómodo o extraño. Eso es lo que debe instaurarse en cualquier lugar, escuela, universidad o empresa; creando ambientes de verdadera inclusión, donde hablemos el mismo idioma, seamos equitativos, conozcamos y respetemos las diferencias de cada uno y hagamos del espacio un lugar accesible para todos.

En lo personal, puedo decir que trabajo como docente y coordinadora en una institución educativa, en la que ejerzo un rol de liderazgo, que es respetado por todos; me siento parte de esa familia, valorada por mis superiores, compañeros y por los estudiantes del colegio. Tengo espacios adaptados a mis necesidades que me permiten moverme y desplazarme de manera libre y segura. Allí se me olvida que tengo una condición de discapacidad y enanismo, porque se ha vuelto cultura la solidaridad, el respeto, la colaboración y el trabajo en equipo con todos y para todos. Por eso doy testimonio de que sí es posible hablar de inclusión y respeto.



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