Ver a Dios en todo lo que a diario nos da; en lo que
menos nos imaginamos, en donde quizás nunca lo buscamos.
Verlo en las cosas más sencillas y pequeñas, en las
personas que nos rodean, allí donde no existan vanidades ni apariencias.
Ver a Dios aún en los momentos más oscuros y
difíciles, cuando pensamos que nos ha abandonado, siempre se hace necesario
aprender a ver a Dios allí.
Ver a Dios en los instantes, en cada expresión de vida
y naturaleza, en lo valioso y bello que no se percibe con los sentidos, sino
mirando y sintiendo desde el alma, porque sólo así se puede ver a Dios y
sentirlo.
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