Soy una mujer colombiana, con acondroplasia, el tipo más común de enanismo que existe. Soy escritora, conferencista motivacional, maestra y músico. En este blog comparto mis reflexiones, escritas para cualquier persona que quiera vivir a la altura de las circunstancias, a la vez que sirve para transformar las miradas de la sociedad, frente a las diferencias y la discapacidad; y así logremos un mundo más equitativo, incluyente, donde predomine el respeto y la dignidad hacia cualquier persona.
domingo, 30 de abril de 2023
EVOCANDO A MI NIÑA ETERNA
Nací en el 69, año en el que el mundo entero celebraba la visita del hombre a la luna, y veía realizado en ello, uno de sus más grandes sueños, por eso me atrevo a decir que soy parte de la generación soñadora.
Ya en los 70, era testigo del nacimiento de dos hermanos y eso fueron sueños realizados. Era el tiempo en que se disfrutaba lo simple y sencillo, se jugaba con juguetes inventados con ropa vieja y palos; cualquier cosa servía de invento para entretenerse, y éramos creativos para eso.
El mundo era mucho más seguro, se salía sin miedo a la calle, hacíamos el mandado en la tienda para traer de regreso algún chicle extra que nos bastaba de recompensa.
Mis primeras amigas fueron “Las Bernales”, vivían en un callejón detrás de mi casa; y yo con 7 u 8 años, y con tamaño de una niña de 3 años, me iba en mi pequeño triciclo a jugar con ellas.
Aprendí a andar con un solo patín, que ellas me prestaban y así cada una usaba uno, para todas poder montar. Nos encaramábamos en una jardinera de cemento, que hacía las veces de resbaladero y ruyía nuestros pantalones cortos, así como de vez en cuando, dejaba de recuerdo un raspón en la rodilla a medida que lo íbamos escalando para luego rodarnos.
Frente, en una de las casonas, vivía un coronel que nos regalaba mangos, visitarlo era toda una aventura; pero lo más divertido era jugar en el jardín de la casa de Afife, bailar Travolta o narrar historias.
De allí, nos fuimos a vivir a Villa Venecia, ese sí que era otro mundo de 67 casas, las cuales cuando llegamos, más de la mitad estaban aún en construcción; eso nos permitió no solo jugar entre ladrillos y adoquines acumulados, sino ver nacer esa urbanización y llegar uno a uno a quienes serían parte de mi historia…
Los fines de semana eran muy esperados, pero para poder disfrutarlos debía desde el viernes hacer todas las tareas y sentirme libre. Pero lo más anhelado eran las vacaciones, donde vivía un sin fin de aventuras.
Mi día empezaba muy temprano, en esos tiempos no me costaba levantarme.
Lo mejor que hicieron mis papás fue regalarme una bicicleta, que montaba todos los días desde las 9 am, suspendía en las comidas, las cuáles muchas veces eran donde me cogiera la hora y me invitaran las mamás de mis amigas… y volvía al ruedo… Allí muchas veces terminaba bronceada sin necesidad de ir a la playa…
Como mi casa era la que estaba frente al parque, se convertía en la estación para ir al baño o tomar agua; para ello se hacía fila y sacábamos el montón de vasos de electro plata que permitían disfrutar el agua más fría, luego llenar la jarra, porque ¡Ay de quien la metiera vacía a la nevera!... y de nuevo a la calle…
Supe lo que fue jugar al quemao, a María Mandunga, al escondido, a la lleva, al lazo, quitbol, bascket ball, entre otros… algunas noches eran precisas para contar historias de miedo, sentados en una enorme llanta de tractor que servía para adornar el parque y por qué no, como refugio a muchos cangrejos que salían del caño.
En las Navidades pedíamos todos lo mismo, para luego salir el 25 muy temprano a jugar con los regalos; recuerdo el año de los patines, en que la urbanización se llenó de ruedas y nos volvimos expertos en patinar sobre adoquines…
Puedo decir que siempre me mantuve en forma y fui muy ágil, porque en realidad practiqué todos los deportes posibles… muchos de ellos terminaban cuando el dueño del balón se iba a su casa y se lo llevaba.
El día en la calle terminaba a las 9 Pm, del cual no llevaba nunca control, pero si me daba cuenta cuando uno de mis hermanos iba con cara de enojado a buscarme, porque no sabía en cuál de las 67 casas estaba.
Soy la segunda de 4 hermanos, viví lo que es tener el hermano mayor con el que se pelea por todo, el de la mitad que es el cómplice de aventuras y la menor, a la que le hacíamos las maldades posibles…
Con ellos vivimos de todo, la espera del Niño Dios, las navidades, las peleas del control remoto, el dormir 3 en un cuarto cuando uno tenía miedo, el unirnos cuando queríamos lograr algo…
Salí de Villa Venecia cuando tenía 16 años… lo suficiente para que mi niña fuera feliz y fuerte, por eso sé que nunca murió, que aún conservo mucho de todo lo que viví; las travesuras, aventuras, las ganas de reir y jugar a tomarme en serio la vida, porque hay que trabajar…
Hoy puedo decir que le hice realidad los sueños a mi niña y ella me los hizo a mí y que juntas seguimos luchando para no dejar de soñar y de luchar por lograrlos, aunque algunos me digan que ya estoy mayor para intentarlo…
Lo mejor de mi niña sigue vivo en mí, y es la que me rescata, cuando mi adulto se cansa y cree que se va a rendir…
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario