Desde entonces, si algo nos agrada, lo aplaudimos, como cuando salíamos al balcón a aplaudir; nos emocionamos un poco y volvemos hacia dentro o seguimos nuestro camino; pero ya no nos emocionan tantos las cosas como antes, ahora simplemente damos un click y ponemos un like o pasamos la página.
Nos damos cuenta de lo que pasa en el mundo porque nos lo cuentan o lo vemos a través de un dispositivo, y si estamos presentes, lo grabamos y publicamos pero no hacemos nada que logre comprometernos un poco más que un post o un comentario; y al final, si lo que sucede no nos toca o nos golpea, esperamos que otro haga lo que decimos y no hacemos. Y así nos hemos acostumbrado a ser espectadores pasivos, hasta parecemos insensibles con nuestra indiferencia al actuar ante todo lo que pasa en el mundo.
Si alguien nos cuenta un problema, solo escuchamos o leemos, quizás pronunciamos algunas palabras de consuelo que a veces hablan más desde lo que vivimos; pero no nos detenemos ni acompañamos ni mucho menos nos volteamos a ver cómo va todo, si sigue igual o a mejorado; porque cada uno tiene sus propios problemas y ocupaciones, y simplemente no hay tiempo para dar o hacer un poco más.
Así todo es a distancia, cada uno en su lugar, con su celular en mano, tan cerca y tan lejos, porque a veces pesa enviar un mensaje o acercarse un poco más de lo que estamos.
Nos asomamos a la ventana virtual y vemos lo que pasa, pero luego nos volvemos a encerrar a vivir ensimismados en esta nueva realidad.
Este es el tiempo en el que cada uno soluciona lo suyo, vive el día presente, porque ya no se sabe mañana que pueda pasar; hay cambio de roles, a veces somos protagonistas y otras veces espectadores; lo que, si tengo claro, es que hace falta acercarnos un poco e involucrarnos, que seamos más empáticos y nos duela el dolor del otro o nos alegremos con su alegría; para que no nos sintamos tan solos en el mundo con tanta gente que a nuestro lado se sienta o camina.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario