domingo, 10 de enero de 2021

EL DIA EN QUE CARTAGENA, ORÓ Y LLORÓ…


Nunca había visto tan unida a mi querida Cartagena, como el día en que se supo que el Padre Edwing y su mamá estaban enfermos y hospitalizados con Covid. En realidad, no imaginé a cuántas personas había tocado el testimonio y la misión de este Servidor de Cristo. Las redes sociales se inundaron con cadenas de oración, y su parroquia, congregó a todos aquellos que le conocían, a hacer vigilias de oración por él y por la salud de todos los enfermos. Puedo decir que fueron los días en los que mi ciudad unida, oró.

Sólo quien se ha dejado usar dócilmente por Dios, es capaz de llevar el Evangelio sin darse cuenta, porque lo hace parte de su vida; sus Palabras se conjugan con las de Cristo, se hace discípulo y misionero de su amor, llevando por donde va ese fuego que se va encendiendo en el corazón de quienes lo escucharon, lo vieron y le conocieron. 

Cuando el Covid llegó al Padre Edwing y su mamá, muchos que quizás pensaron en su momento que la pandemia era puro cuento o que solo le daba a algunos, comprendieron la magnitud de este virus, que fue capaz de hacernos testigos de una experiencia de viacrucis con distintas situaciones que como si fueran estaciones, en las que vimos partir primero a su madre y nos esperanzamos con algunas señales de recuperación; fueron llevándonos en un proceso de conversión, en la que se congregó cada vez más a muchos en oración, no sólo por su salud, sino por la de todos los enfermos, y no sólo por el eterno descanso de su mamá, sino de todos los que han partido; y así como las mujeres del evangelio y como Juan el discípulo amado, acompañamos orando al Padre, hasta su muerte el día 9 de Enero, en la cuál Cartagena lloró y anunció con gratitud y esperanza, que este apóstol amado de Jesús, había partido a la Patria Celestial, al encuentro no solo de su madre, sino a los brazos amorosos de Aquel a quien con su vida anunció y amó; y su testimonio había logrado llenar de inmensa gratitud, a quienes experimentamos por Fe, la certeza de su gloriosa resurrección.

La vida, obra y muerte del Padre Edwing, me ha ayudado a entender la santidad. Los santos no son personas extraordinarias y perfectas que hacen cosas grandes y poderosas; los santos son aquellas personas tan ordinarias y humildes, que desde lo más pequeño y los gestos más sencillos, logran amar como Jesús, de manera extraordinaria; lo hacen sin darse cuenta, si gritarlo o publicarlo; pero tocan de tal modo la vida de las personas que le conocen o que le escuchan, que construyen familia y comunidad, y esparcen semillas en muchos corazones, que germinan con el tiempo y la distancia, y cuando se van, queda para siempre escrito lo vivido y lo aprendido; de esta manera su legado nunca muere, fueron santos y nunca lo supieron, somos nosotros los que como los discípulos de Emaús, nos preguntamos: “No ardía nuestro corazón cuando nos hablaba del Amor de Dios y del Evangelio?” “Lo reconocimos al Partir el Pan, a ejemplo de Cristo Redentor”.

Hoy, para los que le conocieron, lo escucharon o compartieron con él, algún momento; su muerte no ha dejado tristeza, sino esperanza; no se sienten solos, porque se han fortalecido y unidos como Comunidad; no se sienten vacíos ni perdidos, porque les ha quedado encendida esa llama que se sigue esparciendo; su legado permanece vivo y muchos continúan orando en memoria suya, por todos aquellos que están luchando por ganarle la batalla a este virus, que nos ha enseñado a ser agradecidos, a cuidarnos y cuidar a los que amamos; a valorar los gestos y las cosas más sencillas y pequeñas, que son las que marcan la diferencia. Y con la vida, enfermedad y muerte del Padre Edwing, muchos volvieron su mirada a Cristo; y Cartagena entera se unió, oró y lloró; nos sentimos todos hermanos, ovejas de un mismo Pastor. ¡Gracias Jesús por la Vida del Padre Edwing!

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