En el camino de la vida, he leído y
aprendido, que con aquello que tropiezo, con lo que me encuentro o me cruzo, si
tengo la certeza de que van a permanecer o reaparecer, sino quiero que dejen
cicatrices, sino huellas, si quiero aprender de lo que me ofrecen, lo mejor es
hacerlos mis amigos…
La primera que me encontré, es una
condición que el mundo condiciona, que la sociedad se rie y discrimina, que
muchos le temen en la vida, mientras la rechacé me dolía, no me dejaba crecer
ni avanzar, me limitaba a mi misma, hasta que aprendí a conocerla y amarla, a
llamarla por su nombre, a ver las personas que me regalaba y lo que en mí
hacía, hoy camina de mi mano, es mi maestra y amiga…
Le tuve miedo a la muerte, la veía de
lejos y le huía, le pedía mucho a Dios que nunca se me acercara, hasta que
llegó, tocó y se llevó lo que más amaba, me uso como intermediaria, y para
superarla, la confronté y cuando la vi con ojos de Fe, la llame hermana; ahora
sé que quiso enseñarme, que hay que valorar a los que amamos y vivir
intensamente, todos los días…
Así mismo he tratado de hacer con las
piedras que encuentro, esas con las que tropiezo, me tumban o me meten
zancadillas; cuando me revelo ante ellas, se hacen más duras y pesadas, pero
cuando las conozco y las hago amigas, me modelan cuando me golpean, me hacen un
sendero cuando se atraviesan y algunas hasta se unen para hacer mi monumento a
la perseverancia y lucha.
Me he encontrado con tantas cosas, voces, fantasmas, situaciones, que en
un momento parecen estar en contra, pero cuando en vez de revelarme lo
enfrento, cuando le conozco y la llamo por su nombre, la hago mi amigo y algo
me aporta para toda la vida.
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