El Dios en el que Creo, no lleva cuenta de mis errores, no me ofrece premios ni castigos; El me ama y me bendice como a cada uno de sus hijos; soy yo quien debe aprender a disfrutar de su gracia y bendición, a amarlo y dejarme amar; a buscarlo, descubrirlo y sentirlo sobre todo cuando lo siento más lejos, porque es ahí cuando más cerca está, porque más lo necesito.
El Dios en el que Creo, no condiciona su amor, no rechaza mi fragilidad, no discrimina ni condena mis confusiones y mi humanidad; soy yo que enceguecido por el pecado y sintiendo el rechazo de los jueces humanos, me alejo de Aquel que puede sanarme, repararme y perdonarme con su infinito amor.
EL Dios en el que Creo, no manda la guerra ni las enfermedades, ni mucho menos el sufrimiento, el odio y todo lo que causa dolor. El no es culpable de las injusticias, la pobreza y los divorcios; no es quien causa las guerras, el hambre y tanta miseria que hay en el mundo. Mi Dios es quien consuela a quien sufre con todo eso; envía su Espíritu de amor para que con sus dones, florezcan sus frutos y podamos salir vencedores de todo lo que el mal ocasiona para destruir el mundo que Dios creó.
El Dios en el que Creo, dignifica a la mujer, ama a los niños y a los rechazados; por eso envió a su Hijo, para hacer bienaventurados a todos los que sufren por consecuencia de las injusticias y condenas de la sociedad y aquellos que quieren ser ricos y poderosos, por encima de los demás.
El Dios en el que Creo, se alegra y me espera siempre con los brazos abiertos cuando vuelvo a refugiarme en su amor y perdón.
El Dios en el que Creo, está siempre conmigo, me llena de esperanza y le da sentido a mi vida; sin El nada soy…
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