Cuando pienso en lo mejor de mi infancia, me doy
cuenta que lo más lindo de ser niños, es la inocencia, la magia, la fantasía,
el creer que todo puede ser perfecto.
Empiezo con mi mayor ilusión, la Navidad, esperar
al Niño Dios con toda su magia, imaginar que podía entrar por mi ventana y
dejarme algunos regalos en mi cama; dormir y despertar, era maravilloso; asomarme,
mirar el cielo y buscar en las estrellas el camino que recorrería para llegar
hasta mi cuarto, era mágico.
Crecer con mi mamá al pie de mi cama, rezando todas
las noches y enseñándome a hacerlo; es la base fundamental de mi fe.
Crecer con mi papá, me enseñó a soñar, a ser
atrevida en mis desafíos, a ser aventurera, a lanzarme al mundo, a dar ese paso
a lo que quiero por más difícil que parezca.
Mirar la TV y creer que la vida de aquellos a los
que admiro por lo que hacen, por como cantan, bailan, actúan, es perfecta y
mágica como la muestran; me hacía anhelar ser famosa y una estrella.
Disfrazarme los 31 de Octubre de cada año, sólo por
caracterizarme de algún personaje, y por pedir dulces; era un rito sano,
hermoso, seguro y divertido.
Creer que todo el mundo es bueno y que los únicos
malos que existen son el “coco” ese que te coge por la noche si sales solo; el “sereno”
que es el que te enferma si sales desabrigado o sudado y que los policías nos
llevan a la cárcel si nos portamos mal, eran mis mayores temores de esos
tiempos.
Recuerdo que no me importaba participar en desfiles
de belleza en mi urbanización, porque me sentía hermosa y sentía que todos me
miraban bien; no entendía de mis diferencias físicas porque en el ambiente en
el que crecí, yo era especial, sin ser rara, era normal como todos los demás.
Era tanta mi frescura y relax de este mundo, que
disfrutaba siendo feliz, pasándola bien, teniendo muchos planes con mis amigas
y amigos, viviendo e inventario historias fantásticas, enamorándome, bailando
Menudo, jugando de todo, tanto que reconozco que dejé de lado mis estudios, no
estaban en mi escala de prioridades, hasta que empecé a crecer.
¿Para qué era que queríamos ser grandes? En
realidad yo no quería serlo, tanto que no supe decidir en el momento en que me
toco elegir que quería ser; porque para mí era mejor ser niña por siempre.
Quería ser veterinaria porque amo con el alma los
animales, ser famosa porque me apasiona
el arte, recorrer el mundo porque tengo espíritu aventurero… Para eso quería
crecer; pero quería ser grande creyendo en lo mismo que siempre he creído y
pensando que es verdad todo lo que veía cuando era niña.
Sólo que fui creciendo y de qué me di cuenta?
Primero que el niño Dios, Papá Noel y los Reyes, no
son quienes entran por tu ventana y ponen los regalos en tu cama; son tus
padres, y aunque eso es maravilloso, pierde la magia; era más lindo pensar que
podía pasar que si me decido a abrir los
ojos, era posible pillarme al niño Jesús en compañía de la Virgen María,
poniéndome mis regalos… Más que los juguetes, esa era la más linda ilusión;
porque aún después de que descubrí la verdad, seguí recibiendo regalos; pero
jamás sentí lo mismo, que cuando pensaba que era el Niño Dios quien los ponía
en mi cama.
Empecé a darme cuenta que las apariencias
importaban, que el mundo las señalaba, discriminaba por eso; para las personas
la belleza entra por los ojos, el color y la clase social importan y muchas
veces el valor que se le da a los demás depende de eso.
Descubrí que ser bonita, modelo o reina, no es ser
feliz; porque para eso tienes que dejar de ser y hacer muchas cosas, someterte
a otras más y hasta sufrir; para que el mundo te trate como objeto y no como
persona, Así que preferí no ser nada de eso y le di gracias a Dios por no tener
las medidas que exigen para clasificar en ello.
Siendo grandes, las peleas son más frecuentes y
duraderas; antes uno discutía por bobadas, pero enseguida lo olvidaba y era
como si no hubiera pasado nada. Hoy en
día, al ser mayores, cualquier discusión daña todo y deja residuos en el alma.
Recuerdo que cuando tenía 13 años, había un
programa de TV Colombiano, llamado Pequeños Gigantes; las historias y la música
que ofrecían, invitaba siempre a eso, a seguir siendo niños por dentro. Por eso
desde siempre, admiré a quien aún, siendo adulto, fuera capaz de imaginar y
pensar eso, a Toni Navia; y mi sueño era
conocerla; estar de cerca con eso que ella hacía, seguir aprendiendo de ella; y
lo logré; y ha sido de las mejores cosas que me ha pasado en la vida.
A los 16 entendí que era necesario estudiar para
ser alguien en la vida, y retomé mi responsabilidad en hacerlo hasta que logré
graduarme con muy buenos resultados; a los 18 me di cuenta que debía trabajar
para elegir yo misma lo que quiero y tomarme mi tiempo en hacerlo.
Y poco a poco, aunque fui creciendo en edad, decidí
que no quería crecer por dentro, aunque el mundo me mostrará que mucho de
aquello en lo que creí y soñé no era cierto.
Los artistas que admiraba y a los que soñaba
imitar, llevan una vida de soledad, vacío, drogas, alcohol y desenfreno; lo que
hay detrás de Disney es toda una mentira; todo es un negocio y muchas de las
personas que triunfan, hacen cosas indebidas, se sueltan de la mano de Dios o
se llevan al mundo por delante para hacerlo.
Hoy tengo 45 años, le di a mi vida otro sentido,
otro camino, muy distinto quizás al que mucha gente le ha dado; me dediqué a
seguir soñando y hacer realidad mis sueños; recorrer el mundo, transformar lo
que se sabe y se dice de la acondroplasia, educar al mundo con respecto a las
diferencias y a la discapacidad, disfrutar a mi familia, sostenerla espiritual
y emocionalmente, trabajar para ayudar a mi mamá; llevar un mensaje al mundo
que ayude a que la gente siga soñando, a que no pierdan la inocencia de los
niños, a que se siga creyendo para que exista la magia y la fuerza de los
sentimientos.
Hay quienes piensan que quizás no he crecido, solo porque
sigo soñando, buscando el mensaje que deja todo lo que existe, queriendo
aprender de la vida, aferrarme al Amigazo, llenarme de música, arte,
pensamientos fantásticos y sensibles.
Hoy trabajo por saber remover las fibras más
íntimas del alma, esas que la humanidad necesita y busca que le toquen, porque
estamos en un mundo tan vacío y superficial, que ya nos da miedo sentir.
Mis alumnas dicen que sé hacerlas llorar; solo
porque con mis palabras puedo tocarles sus fibras y despertarles su
sensibilidad.
Y cuando escribo, simplemente plasmo lo que veo, lo
que siento, lo que vivo y contemplo que viven los demás; no es invento, es la
realidad.
Hay quienes sin conocerme y solo con verme o
leerme, llegan a pensar que soy mágica; pero no, soy tan humana que me siento
de barro, de ese que se rompe, que embarra muchas veces cuando lo tocan, que
tiene demasiado defectos y fragilidades, que también guarda sus lados oscuros,
que peca de muchas formas, que experimenta toda la humanidad y debilidad que
puede sentir cualquier persona.
Simplemente, más allá de todo eso, no pierdo mi
esencia de niña, no dejo de creer, no pierdo la fe, no me suelto del Amigazo,
disfruto todo lo que tengo, me gozo las cosas más sencillas y pequeñas, me doy
permiso de todo, hasta de fallar, de tener
miedo, de coger rabia, de ser feliz, pero nunca me estanco en nada por
muy malo o por muy bueno que sea, porque nada es eterno, todo llega y todo
pasa; solo hay que vivirlo intensamente.
Sigo viendo todo grande, como cuando era niña; eso
me ayuda a esforzarme de más, a no darme por vencida y a darme cuenta que al
final, nada me queda grande en la vida.
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