
Y en ese proceso de sacarla, remojarla, enjabonarla y tenderla; sale a relucir todo aquello que se convierte en nuestra fragilidad, se ven nuestros errores y temores o esas metidas de pata que nos hacen caer y embarrar…
A muchos les gusta ser espectadores de todo eso; saber de cada trapito que sale a relucir en la vida del otro; para luego señalar, juzgar, criticar o tender la ropa sucia de los demás en cualquier lugar…
Este proceso de verificar y seleccionar, lo que en nuestra vida personal, familiar, grupal o laboral está bien o mal, es un momento donde solo deben estar presente los únicos a los que les compete la responsabilidad de remojar, lavar, tender y secar.

Otros prefieren guardar muy bien sus trapos sucios sin hacer nada para poderlos lavar; acumulan impurezas que empañan relaciones y acciones, deformando el concepto de honestidad.
Es necesario el proceso de dar ese primer paso, de revisar muy bien los trapitos que día a día usamos; para remendarlos, remojarlos, lavarlos y colgarlos; sin hacer de todo ese ritual un show o espectáculo; simplemente un acto de reparación y sanación, que ayude a mantener en claro cualquier acción y relación.
Nadie tiene porque sacar a ninguno las cosas en cara; mucho menos de ir a decirlo a otro lugar; es cuestión de intimidad lavar la ropa sucia en casa; dejarla bien limpia, y volver a empezar.

Los trapitos sucios se lavan en casa, es cuestión de prudencia, madurez y fidelidad; no se trata de quitar o agregar nada, simplemente de actuar protegiendo y respetando la dignidad propia y la de los demás…
1 comentario:
Me parece extraordinaria tu reflexión.Te felicito: Juliana Gómez Cordero
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