En el Génesis, Dios nos quiso enseñar el verdadero significado de la libertad y lo que implica el libre albedrio. Nos dio el hermoso regalo y la gran oportunidad de disfrutar de todo el Edén, porque allí había todo lo que necesitábamos para vivir felices y en paz; lo teníamos todo, sin ninguna clase de esfuerzo; pero era necesario aprender a ser libres y había sólo un límite o condición; algo sencillito que nos enseñaba de respeto, fidelidad, escucha, obediencia, voluntad, fortaleza y dignidad. Se trataba de un pequeño árbol en el centro de todo el paraíso, el cual era el único que no podíamos tocar, porque era el que nos enseñaba que la libertad tiene un límite, una delgada linea que no podemos pasar, para no atropellar a los demás y aprender a convivir en paz. Pero la decisión tomada fue desobedecer, creer que nadie estaba por encima de nosotros, sentirnos todopoderosos y pasar por encima de todo comiendo de ese árbol, que nos rebajó a lo más frágil de nuestra humanidad, nos abrió los ojos para descubrir en nuestra desnudez el morbo, el amarillismo, la cobardía y la vergüenza; nos rebajó a culpar al otro de nuestras decisiones, nos hizo perder la dignidad propia y la confianza en los demás.
El árbol prohibido no pretendía convertirnos en dioses, ni darnos poder, solo enseñarnos que no podemos romper las reglas y desaforar nuestras pasiones, sino educar nuestra voluntad, para saber respetar al otro y decir si o no cuando sea necesario, sin dañarnos a nosotros mismos ni a los demás.
Hoy en día sigue existiendo esa linea invisible que nos invita a contenernos, a saber, que tenemos derechos, pero también deberes, que somos libres, pero no podemos pasar por encima de nadie y aunque muchas cosas se han normalizado para justificar la avalancha y el descontrol en el que vivimos, donde cada uno piensa solo en si mismo, no se respeta nada ni nadie, todos buscan solo poder y tener, a costa de lo que sea y quien sea.
Hoy preferimos vivir como ovejas sin pastor o como personas sin ley, porque somos libres pensadores, pero esclavos de las apariencias y títeres del consumismo.
Hay una brecha enorme entre el discurso que manejamos de ser libres y la vida de esclavos que llevamos, donde nos dominan las pasiones, las cosas, los falsos gobernantes, las sustancias, los aparatos electrónicos, las creencias erradas y el fanatismo.
Pero en toda esa falsa libertad que asumimos tener, realmente estamos vacíos, nos desgastamos tratando de encajar en los estándares de éxito del cual nos saturan y asfixian por todos lados; dejamos de tener hijos porque las familias verdaderas se han ido deformando y acabando; sobrevivimos y expresamos que el mundo que les espera a las nuevas generaciones a las que llamamos de cristal, será más difícil por todo el descontrol que se viene, por la falta de disciplina y respeto, por la poca o nada empatía y misericordia que existe, lo que ha matado muchas ilusiones y sueños.
Talamos no solo el árbol prohibido, sino también aquellos árboles que adornaban nuestro paraíso y nos permitían respirar profundamente, sin miedo a que se acaben las especies, el agua y todo lo hermosa que Dios creo para que fuéramos felices.
Antes teníamos menos, pero éramos más felices, porque sabíamos el valor tan grande que tenían las cosas más sencillas y pequeñas, como lo era, una familia unida, unos amigos verdaderos, un salir a la calle sin miedo, un disfrutar y asombrarnos con todo lo que veíamos y aprendíamos nuevo.
Ojalá nunca se nos olvide que somos libres, pero que aunque lo tengamos todo, hay un pequeño árbol que no debemos tocar, porque se llama RESPETO.
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