Todo el mundo habla de lo mismo y sobre todo sin saber de qué está hablando.
Hablamos
desde lo que suponemos, desde lo que vemos aún a miles de kilómetros de
distancia; lo decimos de tal forma que podemos convencer a mucha gente de que
eso qué decimos es la Verdad absoluta; pero en realidad no tenemos ni la más
mínima idea de lo que ocurre en realidad; todo porque de lo que más nos gusta
hablar no es de lo que vivimos, sino de lo que viven y hacen los demás.
Hablamos de
un partido de futbol, siendo espectadores, más no jugadores…
Hablamos de
política, con la conciencia vendida y a veces hablamos sin que nos guste la política
y sin ejercer el derecho democrático a votar, porque tememos equivocarnos.
Preferimos que otros elijan por nosotros y luego ya criticamos a los que nos
están gobernando.
Los seres
humanos estamos llenas de moralismos inventados y heredados; muchos de ellos se
convierten más en juicios que conceptos realmente morales y humanos.
Y es allí
donde la injusticia y la deshonestidad toman fuerza; porque nosotros mismos le
damos un lugar, cuando hablamos desde nuestra postura y somos incapaces de
ponernos en el lugar de los demás.
Es muy
fácil caer en eso, porque todos queremos sentir que podemos hablar de lo que
todos hablan, aunque no tengamos ni la más mínima idea de que se trata.
Por eso lo
ideal es que hablemos de lo que vivimos, y sino queremos hablarlo, porque somos
reservados, porque no nos gusta hacerlo público; es mejor que callemos, y si
vamos a decir algo, que sea objetivo y constructivo; y que realmente transforme
algo para bien a esa realidad de la cual opinamos.
A veces
observo lo que pasa y hasta yo misma caigo, hablo de lo que creo que se, de lo
que reflexiono, de lo que supongo; pero luego me doy cuenta, que hablo desde
lejos, donde todo se ve distinto y donde quizás no estoy viviendo aquello de lo
cual opino.
Por eso me
digo muchas veces, hablemos de otra cosa, de lo que casi nadie habla, pero que
se hace justo y necesario hablar, porque quizás ayuda a renovar la Fe y la
esperanza.